De nombre Giacomo
Savelli, realizó estudios en la Universidad de París
hasta que fue nombrado rector de la iglesia de Berton
situada en la diócesis de Norwich (Inglaterra),
país que sin embargo nunca visitó.
Giacomo Savelli tendrá, antes de su elección como Papa, una notable actividad diplomática al servicios de varios pontífices.
Su carrera como legado se inicia cuando, en 1261, Urbano IV lo unge cardenal diácono de Santa María, en Cosmedin; así como prefecto papal en Toscana y capitán del ejército pontificio.
Posteriormente, en 1265 y bajo el pontificado de Clemente IV, será uno de los cuatro cardenales que investirán a Carlos de Anjou como rey de Sicilia. Asimismo fue uno de los seis cardenales designados para elegir a Gregorio X y desbloquear así la pugna entre candidatos que mantuvo la sede papal vacante durante tres años tras la muerte de Clemente IV.
Con
Gregorio X participará en el XIV Concilio
Ecuménico que se celebró en 1274 en la ciudad
francesa de Lyón, y con Adriano IV negociará junto a
otros dos cardenales la coronación imperial de Rodolfo de
Habsburgo que se celebrará en Roma en 1276.
El 2 de abril de 1285 fue elegido Papa en una de las elecciones más rápidas de toda la historia de la Santa Sede, ordenado sacerdote el 19 de mayo fue consagrado Papa al día siguiente, 20 de mayo.
A
diferencia de su predecesor fue aceptado por la ciudadanía
romana ya que no sólo había nacido en Roma en el seno de
una noble familia que ya había dado tres papas a la Iglesia ,
Benedicto II, Gregorio II y Honorio III; sino que su propio hermano,
Pandulfo, era senador del Capitolio romano. Ello le permitió
desde el primer momento fijar su residencia en Roma, primero en el
Vaticano y después en un palacio situado en el Aventino.
Aunque de edad avanzada y enfermo de gota, ello no le impidió ocuparse de la situación siciliana en la que no sólo mantuvo la excomunión que su antecesor Martín IV había lanzado sobre Pedro III de Aragón al hacerse con la corona de Sicilia como consecuencia de las llamadas Vísperas sicilianas; sino que a la muerte de este, en 1285, se negó a reconocer a su primogénito Alfonso III como rey de Aragón y a su segundo hijo Jaime II como rey de Sicilia, a quien además excomulgó, en 1286, junto a los obispos que participaron en su coronación. Jaime respondió a la excomunión enviando una flota que destruyó la ciudad de Astura.
En 1287, la posible solución al conflicto que supuso al renuncia a la corona siciliana del hijo fallecido Carlos de Anjou, Carlos de Salerno, fracasó al declarar el papa Honorio IV invalido el acuerdo y prohibiendo acuerdos similares para el futuro.
Si la
cuestión siciliana impedía una solución al
conflicto con Jaime, las relaciones del Papa con Alfonso III de Aragon
se suavizaron gracias a la mediación del rey Eduardo I de
Inglaterra, pero la muerte de Honorio provocó que el
restablecimiento de relaciones con la corona de Aragón no se
lograse hasta el año 1302 con el pontificado de Bonifacio VIII.
Honorio IV, consiguió durante su breve pontificado, que Roma y los Estados Pontificios se mantuvieran en paz al lograr someter al conde Guido de Montefeltro, que se había venido oponiendo a reconocer la autoridad papal en dichos territorios y que entonces abarcaban el Exarcado de Rávena, la Marca de Ancona, el Ducado de Spoleto, el Condado de Bertinoro]], las tierras de Matilde de Tuscia y la Pentápolis compuesta por las ciudades de Rimini, Pésaro, Fano, Sinigaglia y Ancona.
Siguió con la política de su predecesor respecto al Sacro Imperio Romano manteniendo unas relaciones amistosas con el emperador Rodolfo de Habsburgo a quien no llegó a coronar, a pesar de la petición de este, por el rechazo que provocó en Alemania.
Honorio IV, con los fondos obtenidos del diezmo fijado en el XIV Concilio Ecuménico para la realización de una cruzada, será el primer papa en utilizar a las emergentes casas bancarias de Florencia, Siena y Pistoia que empezaron a actuar como agentes del papado en sus relaciones económicas y financieras.
Las dos órdenes religiosas más importantes, Dominicos y Franciscanos, recibieron muchos privilegios de Honorio IV, y fueron las encargadas de las labores inquisitoriales.
También aprobó los privilegios de los Carmelitas, a quienes permitió cambiar su hábito rayado por el blanco, y de los ermitaños Augustinos; condenado por el contrario por heréticos a los Hermanos apostólicos.
Asimismo
promovió, mediante la creación de cátedras en la
Universidad de París, el estudio de las lenguas orientales y del
árabe con la intención de iniciar una campaña de
conversiones entre los musulmanes y cristianos ortodoxos.
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(Escuela Cima)