LA ANUNCIACIÓN
 Lucas 1,26-38

 

    La Anunciación a María y Encarnación del Verbo es el hecho más maravilloso y el acontecimiento más trascendental de la historia de la humanidad. Dios quiso nacer de una Madre Vírgen. Así lo había anunciado siglos antes por medio del profeta Isaías (Isaías 7,14).  Este privilegio de ser Vírgen y Madre al mismo tiempo, concedido a Nuestra Señora, es un don divino, admirable y singular.

   <<¡Dios te salve!>>: Literalmente el texto griego dice: ¡alégrate! Es claro que se trata de una alegría totalmente singular por la noticia que le va a comunicar a continuación.

   <<Llena de gracia>>: El arcángel manifiesta la dignidad y honor de María con este saludo inusitado. Los Padres y Doctores de la Iglesia enseñaron que con este singular y solemne saludo, jamás oído, se manifestaba que la Madre de Dios era asiento de todas las gracias divinas y que estaba adornada de todos los carismas del Espíritu Santo, por lo que jamás estuvo sujeta a maldición, es decir, estuvo inmune de todo pecado. Estas palabras del arcángel constituyen uno de los textos en que se revela el dogma de la Inmaculada Concepción de María.

    El arcángel Gabriel comunica a la Santísima Vírgen su maternidad divina, recordando las palabras de Isaías que anunciaban el nacimiento virginal del Mesías y que ahora se cumplen en Santa María.

   Se revela que el Niño será "grande": la grandeza le viene de su naturaleza divina, porque es Dios, y tras la Encarnación no deja de serlo, sino que asume la pequeñez de la humanidad. Se revela también, que Jesús será el Rey de la dinastía de David, enviado por Dios según las promesas de Salvación; que su Reino "no tendrá fin": porque su humanidad permanecerá para siempre indisolublemente unida a su divinidad; que "será llamado Hijo del Altísimo": indica ser realmente Hijo del Altísimo y ser reconocido públicamente como tal, es decir, el Niño será el Hijo de Dios.

   La "sombra" es un símbolo de la presencia de Dios. Cuando Israel caminaba por el desierto, la gloria de Dios llenaba el Tabernáculo y una nube cubría el Arca de la Alianza (Éxodo 40,34-36).  De modo semejante cuando Dios entregó a Moisés las tablas de la Ley, una nube cubría la montaña del Sinaí (Éxodo 24,15-16), y también en la Transfiguración de Jesús se oye la voz de Dios Padre en medio de una nube (Lucas 9,34).


   Una vez conocido el desiginio divino, Nuestra Señora se entrega a la Voluntad de Dios con obediencia pronta y sin reservas. Se da cuenta de la desproporción entre lo que va a ser (Madre de Dios), y lo que es ( una mujer ). Sin embargo, Dios lo quiere y nada es imposible para Él, y por esto nadie es quien para poner dificultades al designio divino. De ahí que, juntándose en María la humildad y la obediencia, pronunciará el "Sí" a la llamada de Dios con esa respuesta perfecta: "He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra".



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(Escuela Cima)