LA REDENCION VINO POR MEDIO DE JESUCRISTO
La Redención son
los actos, con los que Cristo, lleno de amor, se ofrece y muere por nosotros,
para satisfacer la deuda debida a la justicia divina, merecernos de nuevo
la gracia y el derecho al cielo, y liberarnos de la esclavitud del pecado
y del demonio.
Esta definición incluye la naturaleza de
la Redención y sus efectos:
1.-La naturaleza está comprendida en las palabras: murió
por nosotros y se ofreció en nuestro lugar.
2.-Los efectos son los siguientes: para satisfacer, merecer y
liberarnos del pecado y del demonio.
Mediante estos tres efectos: la satisfacción,
el mérito y el rescate destruyó Jesucristo los efectos
que el pecado había producido en nuestra alma, y consiguió
el fin que se proponía con la Redención.
NECESIDAD DE LA REDENCION
Tres caminos podía seguir Dios respecto al
hombre, después del pecado de Adán: a) dejarlo abandonado
a su desgracia; b) perdonarlo sin más, es decir, sin satisfacción
adecuada; c) exigirle satisfacción plena, de acuerdo con la ofensa.
Este último le pareció más
digno de su Justicia, Sabiduría y Misericordia; así determinó
que el Verbo se encarnara y muriera para reparar la ofensa y las demás
consecuencias del pecado.
POR MEDIO DE JESUCRISTO
Cristo se ofreció en nuestro lugar al Eterno
Padre, en satisfacción de nuestros pecados. En efecto,
1.-La reparación de una ofensa no se cumple con la sola
cesación de la ofensa, sino que requiere una satisfacción.
2.-Esta satisfacción debe procurarla el mismo culpable.
3.-Los culpables éramos lo hombres; pero no siendo capaces
ni dignos de una adecuada satisfacción, fue preciso que Cristo
se pusiera en nuestro lugar.
PASION, MUERTE Y SEPULTURA DE CRISTO
La Pasión del Salvador está referida
en Mateo 26-27; Marcos 14; Lucas 22 y Juan 18.
La Pasión tuvo lugar en Jerusalén,
capital de Judea. En aquel entonces, provincia del Imperio Romano, gobernada
por Poncio Pilatos.
Empezó por la oración del huerto. Allí
a la vista de los innumerables pecados de los hombres, de los pavorosos
tormentos que lo esperaban, y de la inutilidad de sus sufrimientos para
muchos, sufrió Cristo congoja y aflicción tan acerba, que
le sobrevino un sudor como de sangre, y cayó en agonía como
un hombre que va a morir.
Luego Judas, traicionándolo, con un beso,
lo entregó a sus enemigos. Estos se apoderaron de Él y
lo llevaron atado como un criminal a casa del gran Sacerdote Caifás.
Cristo compareció a cuatro tribunales: dos
religiosos, presididos por Anás y Caifás, donde estaban
reunidos los príncipes de los sacerdotes y los escribas (doctores
de Israel); y dos civiles; el de Pilatos, gobernador de Judea, y el de
Herodes, gobernador de Galilea, a quien lo remitió a Pilatos, al
saber que Cristo era galileo.
Cristo sufrió toda suerte de oprobios y sufrimientos;
fue abofeteado, escupido, tratado como rey de burlas, y paseado por las
calles como loco. Por orden de Pilatos fue azotado y coronado de espinas.
Luego Pilatos lo condenó a morir, no por creerlo culpable, sino
por miedo al pueblo judío que le gritaba: -"Si perdonas a éste,
no eres amigo del César" (Juan 19,12).
a) Suplicio de la Cruz
La Crucifixión del Señor se verificó
en el Calvario, Cristo llevó sobre sus hombros la pesada Cruz
y varias veces cayó en el camnio por su extenuación. Al llegar
al Calvario lo desnudaron de sus vestiduras, y tendiéndole sobre
la Cruz, clavaron sus manos y sus pies con gruesos clavos y lo elevaron
en alto.
Tanto entre los romanos como entre los judíos,
la Cruz era el suplicio más cruel e ignominioso reservado a los
criminales vulgares. Cristo quiso padecerlo, para someterse a la mayor
afrenta y humillación.
Pero desde que murió Cristo en ella, la Cruz
se tornó en objeto de amor, de gloria y bendición. De amor,
porque es el motivo que llevó a l Señor a la muerte; de
gloria, porque gracias a ella alcanzamos la gloria del Cielo; de bendición,
porque es fuente de innumerables gracias para el cristiano.
b) Sufrimientos de Cristo
Jesucristo padeció múltiples e intensos
sufrimientos:
-Todo su cuerpo fue cruelmente herido: la cabeza, con la corona
de espinas; las manos y los pies traspasados con clavos; la cara, por
las bofetadas y escupitajos; todo el cuerpo por la flagelación.
Sufrió en el sentido del gusto por la hiel y el vinagre que le
dieron; el olfato, pues el Gólgota era un lugar de calaveras; el
oído, por las blasfemias y las burlas; la vista, al ver a su Madre
y al discípulo amado, llorando.
Los sufrimientos físicos de su Pasión,
fueron sumamente intensos y crueles:
-La flagelación; que ordinariamente se realizaba con varas
espionosas y garfios de hierro, era dolorosísima; la piel se
entumecía al principio, después se desgarraba y por último
los azotes caían sobre la carne viva y despedazada.
-La coronación de espinas; eran fuertes y agudas, que penetraron
hondamente en su santa cabeza.
-El nuevo desgarramiento de su carne que suponía quitar
los vestidos para la crucifición; como estaban adheridos a la
carne, al separarlos se abrían cruelmente todas las llagas; así
permaneció a la intemperie de los elementos durante las tres horas
de crucifixión.
-El enclavamiento en la Cruz; fue suplicio de inconcebible dolor:
los clavos al penetrar sus manos y sus pies desgarraron sus nervios
y tendones y separaron sus huesos.
-La Crucifixión: permaneció varias horas en cruz,
posición de suyo muy dolorosa; soportó todo el peso de
su cuerpo en sus manos y pies taladrados, sin poderse mover, ni valer
en ninguna forma, pues tenía impedidas de movimiento hasta sus
manos.
-La sed, causada por todo el desgaste físico y por sus
muchas heridas y pérdida de sangre. Para el que tiene heridas
el mayor de los tormentos es el de la sed; también lo fue para
Cristo.
Padeció de todo aquello en lo que el hombre puede
sufrir: dolores físicos, sufrió la traición de
un discípulo, el abandono de los amigos, la negación de
Pedro; padeció por las blasfemias pronunciadas en su contra; en
su honor y gloria por las burlas y vilipendios y en la misma muerte; en
las cosas que poseía, fue de ellos despojado y, por último,
en los dolores de su espíritu: la tristeza, el tedio y el temor.
Padeció de todo tipo de hombres: de gentiles
y judíos, de hombres y mujeres, de poderosos y plebeyos, de conocidos
y desconocidos.
c) La muerte de Cristo
Cristo en la Cruz permaneció aproximadamente
tres horas, desde el mediodía hasta las tres de la tarde, al cabo
de las cuales entregó su espíritu al Padre.
Varios prodigios se verificaron a la muerte de Jesús:
el velo del Templo se rasgó; el sol se eclipsó; tembló
la tierra; hendiéronse las rocas; se abrieron varias tumbas y
muchos muertos resucitaron y fueron vistos en Jerusalén. Todas
estas manifestaciones de la naturaleza eran otras pruebas de la divinidad
de Cristo. Así lo comprendió el Centurión, quien
bajó dándose golpes de pecho, y diciendo: "¡Verdaderamente
Éste era el Hijo de Dios!" (Marcos 15,29).
d) Su sepultura
Dos de sus discípulos, José de Arimatea
y Nicodemo, con autorización de Pilatos, bajaron el sagrado cuerpo,
lo ungieron con perfumes y lo ligaron con lienzos, a usanza de los judíos;
y lo depositaron en un sepulcro nuevo, tallado en la roca.
Cristo quiso ser sepultado para que estuviéramos
seguros de su muerte; y el hecho de su Resurrección fuera más
patente y manifiesto.
En el sepulcro el cuerpo de Cristo no experimentó
la más mínima corrupción, cimpliéndose la
profecía de David: "No permitiréis que tu Santo experimente
la corrupción" (Salmo 15,10).
EFECTOS DE LA REDENCION
La Redención tuvo como fin reparar el pecado
y los desastrosos efectos que el pecado había traído al
hombre.
La Redención es pues, a un mismo tiempo, una
satisfacción o reparación para Dios, y una restauración
y rescate para el hombre.
LA SATISFACCION DE CRISTO
La satisfacción de Cristo abarca tres cosas:
Cristo mediante su muerte reparó la ofensa causada a Dios con
el pecado, nos borró la culpa y nos remitió la pena (Romanos
5,10; Apocalipsis 1,5; 1 Pedro 2,24).
Las cualidades de la satisfacción de Cristo:
voluntaria y completa.
Fue voluntaria, porque Cristo dio su vida gustosamente,
por el amor que nos tenía (Isaías 53,7; Juan 10,18).
Fue completa, porque ella tiene la virtud suficiente
para reconciliarnos con Dios y borrar nuestros pecados (1 Juan 1,7).
La satisfacción de Cristo también fue
condigna y superabundante.
Una satisfacción es condigna cuando hay proporción
entre lo que se debe y lo que se restituye. Es deficiente en el caso
contrario. La satisfacción de Cristo fue condigna, porque guardó
proporción con la ofensa. Si la ofensa causada a Dios con el pecado
es en cierta manera infinita, la satisfacción de Cristo fue de
infinito valor.
La satisfacción de Cristo fue superabundante
porque pagó más de lo que debíamos (Romanos 5,20).
LOS MERITOS DE CRISTO
Cristo no solamente nos perdonó el pecado y
la pena por él debida, sino que nos mereció la gracia y el
derecho al cielo.
El mérito implica la consecución de
un don que no tenemos, pero que nos es debido en alguna manera.
1.-Cristo no pudo merecer para sí mismo ni la gracia ni
la gloria, porque ya las tenía, y no las podía perder.
Para sí mismo no mereció sino la glorificación de
su Cuerpo, después de haberlo sometido al sufrimiento y al oprobio.
2.-Pero para nosotros sí pudo merecer. Él, mediante
su Pasión y muerte, nos mereció la gracia, la gloria, y
toda suerte de bienes espirituales (Romanos 5,10; Hebreos 10,19; Efesios
1,3; Romanos 8,32).
Siendo el mérito un fruto personal, ¿cómo
se explica que Cristo mereciera por nosotros?. San Pablo lo explica
de dos maneras:
a) Todos los cristianos formamos con Cristo un cuerpo místico,
en el cual Él es la cabeza y nosotros los miembros; y es natural
que los miembros participen de los bienes de la cabeza (Romanos 12,4; 1
Cor 12,12; Efesios 4,15 y 5,23).
b) Porque así como toda la naturaleza humana, por estar encerrada
en Adán, mereció la privación de la gracia, así
toda la naturaleza humana encerrada en Cristo, mereció que la gracia
se le devolviera (1 Cor 15,22).
Los méritos de Cristo se basan en su amor y
en su obediencia. Por amor y por obediencia a su Padre quiso Cristo someterse
al sufirmiento y la muerte; y de ambas virtudes recibió la Pasión
de Cristo toda la grandeza y eficacia.
LA REDENCION NOS LIBERO DEL PODER DEL DEMONIO
El pecado nos constituyó deudores de la justicia
divina; y Dios permitió que, en castigo, el demonio tuviera poder
sobre el hombre. Este poder llegó a ser tan grande, que los Padres
de la Iglesia, lo comparan a un cautiverio o esclavitud.
Pues bien, Cristo con la Redención pagó la deuda
debida a la justicia divina; y en consecuencia cesamos de vernos sometidos
al demonio.
Es de advertir que la deuda de justicia que el hombre
tenía contraída no era con el demonio, sino con Dios. El
demonio por tanto, no tenía ningún derecho de justicia sobre
nosotros.
NECESIDAD Y UNIVERSALIDAD DE LA REDENCION
La Redención, como la Encarnación, no
era absolutamente necesaria, pues Dios podía dejar abandonado
al hombre, o perdonarlo generosamente.
Pero sí era necesaria en el supuesto de que
Dios exigiera una reparación condigna. En este caso era preciso
que una de las divinas Personas se hiciera hombre y reparara la ofensa
causada a Dios, porque sólo un hombre-Dios puede reparar de una
manera digna la ofensa cometida contra Dios.
Es de fe que Cristo murió por todos los hombres,
esto es, que se entregó en rescate para que todos se salven.
Aunque de hecho muchos no lo consigan, por no emplear
los medios de salvación necesarios (1 Juan 2,2; 1 Timoteo 2,6).
Aunque Cristo murió por todos los hombres, no
podemos salvarnos sin la cooperación de nuestra parte. Es el mismo
Cristo quien nos enseña:" Si quieres entrar en la vida eterna,
guarda los mandamientos " (Mateo 19,17). Y San Agustín dice: "El
que te creó sin tí, no te salvará sin tí".
Esto es, sin tu cooperación.
Es necesario, que nos apliquemos los méritos
de Cristo mediante los medios instituidos por Él con este fin: la
fe, los mandamientos, los sacramentos, la oración. Quienes desprecian
estos medios no pueden salvarse.
Cristo no se contentó con merecernos la salvación,
sino que dio también la oportunidad de merecerla con nuestros propios
méritos. Lo cual es mucho más honroso para nosotros, pues
no la recibimos como limosna, sino con cierto derecho a ella.
Nuestros méritos no menoscaban los de Cristo,
pues de ellos reciben toda su eficacia. Además es indispensable
que unamos nuestra satisfacción a la de Cristo, que expiemos
nuestros pecados para poder salvarnos. Y así nos dice: "Si no
hacéis penitencia, todos por igual pereceréis" (Lucas 13,5).