El octavo mandamiento prescribe
los deberes relativos a: 1) la veracidad, 2) el honor y 3) la fama del prójimo.
Prohíbe la mentira y todo lo que atente a la fama y al honor del prójimo
(Mateo 14, 61; Juan 14,6; Juan 8, 44; Mateo 5,37). El emplear bien
la palabra es para todos un deber de justicia: todo hombre posee el derecho
a no ser engañado y, en razón de la dignidad humana, el derecho
al honor y a la buena fama.
La mentira es una palabra o signo por el que
se da a entender algo distinto de lo que se piensa, con intención
de engañar. Dos elementos integran la definición de mentira:
la inadecuación entre lo pensado y lo exteriorizado, y la intención
de engañar (Éxodo 23,7).
Los tipos de mentiras son: mentira jocosa, mentira
oficiosa y mentira dañosa. Pecados contra el octavo mandamiento: simulación,
hipocresía, adulación, lucuacidad, mentira, calumnia, descubrir
secretos, no cumplir promesas hechas, juicio temerario, difamación,
murmuración, chismes,
CUIDAR Y DEFENDER LA BUENA FAMA: Por fama se
entiende la buena o mala opinión que se tiene de una persona. Todo
hombre, en virtud de su dignidad natural de ser racional, creado a imagen
y semejanza de Dios, tiene derecho a su buen nombre. Durante el juicio ante
el Sanedrín, un siervo del sumo sacerdote dio una bofetada a Jesús,
que respondía a una pregunta de Caifás; y el Señor se
defendió: si hablé‚ mal, muéstrame en qué, y
si bien ¿por qué me pegas? (Jn. 18, 23). Jesús nos dio
ejemplo de cómo hay que defender la buena fama cuando nos atacan injustamente.
La difamación del prójimo constituye un pecado contra la justicia
estricta, que obliga a restituir.