LA PRESENTACIÓN
Lucas 2,34-35
Simeón, calificado
de hombre justo y temeroso de Dios, atento a la voluntad divina, se dirige
al Señor en su oración como un vasallo o servidor leal que
después de haber estado vigilante durante toda su vida, en espera
de la venida del Señor, ve ahora por fin llegado ese momento, que
ha dado sentido a su existencia. Al tener al Niño en sus brazos, conoce,
no por razón humana sino por gracia especial de Dios, que ese Niño
es el Mesías prometido, la Consolación de Israel, la Luz de
los pueblos.
Podemos entender el gozo singular de Siméon al considerar
que muchos Patriarcas, profetas y reyes de Israel anhelaron ver al Mesías
y no lo vieron, y él, en cambio, los tiene en sus brazos (Lucas 10,24;
1 Pedro 1,10). Después de bendecirlos, Simeón, movido por el
Espíritu Santo, profetiza de nuevo sobre el futuro del Niño
y de su Madre. Las palabras de Simeón se han hecho más claras
para nosotros al cumplirse en la Vida y Muerte del Señor.
Jesús, que ha venido para la salvación de todos
los hombres, será sin embargo "signo de contradicción", porque
algunos se obstinarán en rechazarlo, y para éstos Jesús
será su ruina. Para otros, en cambio, al aceptarlo con fe, Jesús
será su salvación, librándolos del pecado en esta vida
y resucitándolos para la vida eterna.
Las palabras dirigidas a la Vírgen anuncian que María
habría de estar íntimamente unida a la obra redentora de su
Hijo. La espada de que habla Simeón expresa la participación
de María en los sufrimientos del Hijo; es un dolor inenarrable, que
traspasa el alma. El Señor sufrió en la Cruz por nuestros pecados;
también son los pecados de cada uno de nosotros los que han forjado
la espada de dolor de nuestra Madre. En consecuencia tenemos un deber de
desagravio no sólo con Dios, sino también con su Madre y Madre
nuestra.
Las últimas palabras de la profecía "a fin de
que se descubran los pensamientos de muchos corazones", enlazan con el versículo
34: en la aceptación o repulsa de Cristo se manifiesta la rectitud
o perversión de la intimidad de los corazones.