Comienza
la presentación de los contendientes en los combates escatológicos,
en los que culminan la acción de Dios y la del adversario, el
demonio. El autor describe los personajes y el combate mismo mediante
tres signos, que suscitan el interés del lector. El primer signo
es la Mujer y su descendencia, incluído el Mesías (12,1-2);
el segundo, la serpiente que luego transmite su poder a las bestias (12,3);
el tercero, los siete ángeles con las siete copas (15,1).
Se
describen sucesivamente tres combates en los que participa la serpiente:
1) contra el Mesías que nace de la Mujer (12,1-6); 2) contra San
Miguel y sus ángeles (12,7-12); 3) contra la Mujer y el resto de
sus hijos (12,13-17). No podemos entender estos combates como en una sucesión
cronológica. Son más bien diversos cuadros puestos uno junto
a otro, porque tienen una profunda relación entre sí: siempre
el mismo enemigo, el diablo, lucha contra los proyectos de Dios y contra
aquellos de los que Dios se sirve para realizarlos.
La
misteriosa figura de la Mujer ha sido interpretada desde el tiempo de los
Santos Padres como referido al antiguo pueblo de Israel, a la Iglesia de
Jesucristo, o a la Santísima Vírgen. Cualquiera de estas
interpretaciones tiene apoyo en el texto, pero ninguna de ellas es coincidente
en todos los detalles.
a)
La Mujer representa al pueblo de Israel, puesto que de él procede
el Mesías, e Isaías los comparaba a "la mujer encinta, cuando
llega el parto y se retuerce y grita en sus dolores" (Isaías 26,17).
b)
También puede representar a la Iglesia, cuyos hijos se debaten en
lucha contra el mal por dar testimonio de Jesús (versículo
17).
c)
Y puede referirse a la Vírgen María, en cuanto que Ella dio
real e históricamente a luz al Mesías, Nuestro Señor
Jesucristo (versículo 5).
En
efecto, a) San Lucas, al narrar la Anunciación, ve a María
como la representación del resto fiel de Israel: a Ella le dirige
el ángel el saludo dado en Sofonías 3,15 a la hija de Sión
(Lucas 1,26-31); b) y San Pablo en Gálatas 4,4 ve en una mujer, María
la alegoría de la Iglesia que es nuestra madre; c) así, también
el texto sagrado del Apocalipsis deja abierto el camino para ver en esa mujer
directamente a la Santísima Vírgen, cuya maternidad conllevaría
al dolor del Calvario (Lucas 2,35), y había sido ya profetizada como
una "señal" en Isaías 7,14 (Mateo 1,22-23).
Los
rasgos con los que aparece la Mujer representan la gloria celeste con
que ha sido revestida, así como su triunfo al ser coronada con
doce estrellas, símbolo del pueblo de Dios (de los doce Patriarcas
(Génesis 37,9) y de los doce Apóstoles). De ahí que,
prescindiendo de aspectos cronológicos sólo aparentes en
el texto, la Iglesia haya visto en esta mujer gloriosa a la Santísima
Vígen, "asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial, ensalzada
por el Señor como Reina universal con el fin de que se asemejase
de forma más plena a su Hijo, Señor de señores (Apocalipsis
19,16) y vencedor del pecado y de la muerte" (Concilio Vaticano II). La
Santísima Vírgen es ciertamente la gran señal, pues,
como escribe San Buenaventura, "Dios no hubiese podido hacerla mayor. Dios
hubiese podido hacer un mundo más grande y un cielo mayor; pero no
una madre mayor que la misma Madre" (Speculum, cap.8).
San
Juan describe al diablo (versículo 9) basándose en rasgos
simbólicos, tomados del Antiguo Testamento. La serpiente o dragón
proviene de Génesis 3,1-24, pasaje latente desde Apocalipsis 12,3
hasta el final del libro. El color rojo y las siete cabezas con las siete
diademas indican que despliega todo su poder para hacer la guerra. Los
diez cuernos, en Daniel 7,7 representan a los reyes enemigos del pueblo
de Israel; en Daniel se habla además de un cuerno para indicar a
Antíoco IV Epifanes, del que también se dice, para resaltar
sus victorias, que precipita las estrellas del cielo sobre la tierra (Daniel
8,10). Satanás ha arrastrado con él a otros ángeles,
como se narrará más adelante (Apocalipsis 12,9). En resumen,
con estos símbolos se quiere poner de relieve sobre todo el enorme
poder de Satanás.